Las huellas de la muerte

El tiempo ha desempolvado las piedras representativas de la muerte a fin de recordar nuestros orígenes y que somos parte de ella.

La muerte, asociada con el inframundo, el caos y la destrucción, se une con la vida, relacionadas con las aves, la luz y el cielo, siendo estas dos partes tan sólo las caras de una misma moneda.

En la cosmovisión maya eran tan inseparables los ciclos de la vida y la muerte, como el día y la noche, explicó el experto en arqueología Edgar Daniel Pat Cruz, en su conferencia “La muerte y sus representaciones en la cosmovisión maya”; “la diferencia entre la vida y la muerte era solamente la materia; una sola línea era la vida y la presencia física en la sociedad era parte de la línea del ser”.

De ahí las distinciones de niveles del cielo, la tierra y el inframundo o Xibalbá, representados en el árbol ancestral llamado seybo, especie que aún sobrevive en nuestras selvas.

Las formas de la muerte, que estaban siempre presentes en el mundo maya han tomado una forma de tesoros en nuestra actualidad, ya como parte de un patrimonio local, nacional e internacional. Podemos apreciar en la Península de Yucatán, Chiapas y El Salvador representaciones plásticas, ritos y restos en los que se puede encontrar la representación de la muerte.

Asimismo, el Códice de Dresde (Alemania) contiene las huellas impresas de este legendario culto. Se identifica en él las diversas connotaciones con la muerte: Ah Puch (el descarnado), el gran dios de ésta, con sus otros nombres como, Yum kimil (Señor de la Muerte), Kisin (El flatulento), Hun Ajaw (Uno señor) o simplemente Kim (Muerte).

En el museo de arte de Houston Texas se halla un vaso policromo de Ah Puch; en el dibujo la deidad está cubierta de carne y círculos negros que sugieren descomposición, porta unos cascabeles atados a sus cabellos o fajas q se ciñen a sus brazos y piernas.

Dos jeroglíficos definen su nombre, sin duda, era una deidad de primera clase; jefe de demonios, reinaba sobre el más bajo mundo y merodeaba en las habitaciones de los enfermos al acecho de sus presas.

En Campeche, puede usted apreciar las huellas de la muerte en el Museo de la Soledad en la estela de Xbilincoc; también en Halal, poblado al oriente de Hecelchakán; en la comisaría de Santa Rita de Canché, donde hay una pieza arqueológica en la que se representa la muerte en forma humana (esqueleto); asimismo, en Xcancabil y Chunguamil, en los límites del Noreste de Campeche.

Otra de las deidades relacionadas con la muerte, destacada también en el Códice de Dresde, es Ek Chuah, dios de la guerra. Con su peculiar labio inferior grueso y colgante nos mira desde el universo maya, pintado de negro (el color de la guerra) alrededor de los ojos y cara, con su lanza en mano.

No menos severa que Ek Chuah, es Ixchel, diosa de la muerte violenta y de los sacrificios humanos. Esta se identifica con la personificación del agua como inundación y torrentes de lluvia; es la esposa de Itzamná, dios del cielo, ella se encuentra representada en un sacrifico en las páginas 74 y 75 del códice de Madrid.

Implacable es también la diosa Xtab, diosa del suicidio simbolizada en el códice de Dresde. Los mayas creían que los que se suicidaran iban al paraíso y de Jaina, hay estatuillas cuya forma es connotativa del suicidio. Sería Xtab, una de las creencias más arraigadas de la cosmovisión maya, en una población donde en la actualidad se registra un alto número de suicidios a nivel nacional.

PARAISOS DEL DECESO

Los cenotes y las cuevas son un importante testimonio de las creencias mayas, pues pensaban que eran las puertas del xibalbá (inframundo), de hecho, expertos investigadores han encontrado restos humanos en cuevas, prueba de que había gente que habitaba en sus profundidades.

Es el Cenote Sagrado o de los Sacrificios de Chichen Itzá, uno de los ejemplos más comunes de un paraíso simbólico de la muerte, pues los mayas acostumbraban arrojar a princesas, niños, ancianos, y personajes importantes, según restos óseos encontrados en investigaciones del cenote, especialmente en un dragado realizado por el arqueólogo Román Piña Chan en 1960.

En la mayoría de los cenotes y cuevas explorados en la Península de Yucatán, se encuentran osamentas asociadas a ofrendas que yacen en el agua aunque muchos han sido saqueados y algunos restos han sido llevados a diversas partes del mundo, sobre todo los elementos de ornato.

En el caso de los entierros, el difunto era amortajado y se le ponía en la boca una masa de maíz molido. Si era guerrero, se le ponían sus armas; si era sacerdote, sus libros o cuentas; si era mujer, sus herramientas de tejer. A veces se colocaba junto al difunto un perro para que lo guiara en su azaroso viaje y de día era llorado en silencio, mientras que de noche con gritos y lamentos.

A los muertos comunes se enterraban en vasijas, o cistas, que eran espacios en las casas con piedras o lacas alrededor de los muertos. Cuando morían los niños los mantenían con ellos enterrándolos dentro de ollas dentro de sus casas en las esquinas nortes de los edificios-casa.

Sin embargo, había entierros de lujo, como el de Pakal, en Palenque, pues los gobernantes eran puestos en tumbas de exquisita arquitectura, con sus rostros cubiertos con máscaras de mosaico. En el fuerte de San

Miguel, en Campeche, tenemos uno de los entierros más interesantes, el de garra de jaguar “yuknoom yich´aak K´ahk” (649-695 d.C, Calakmul), en buen estado de conservación y con su indumentaria de jade.

EL JUEGO DE LA MUERTE

Magistralmente, en la ciudad de Chichen Itzá siguen erigidos los muros del juego de pelota maya, uno de los juegos más intrigantes debido a su relación con la muerte, y el más grande de Mesoamérica.

En las paredes de uno de los muros, se aprecia un bajo relieve de piedra que da testimonio de diversos momentos de un partido.

Puede verse un jugador arrodillado al que le hace falta la cabeza, y, la pelota que aparece en el relieve, tiene connotación de muerte.

En uno de los jugadores sale un gran chorro de sangre que forma las raíces del árbol de la vida, relación que se encuentra en el fascinante libro Popol Voh.

Estas escenas alimentan la leyenda de que al final del partido, alguien era sacrificado; algunos, en su lugar daban en sacrificio a su fiel acompañante, el perro.

Para el historiador Gaspar Cahuich, ningún pueblo puede aseverar qué es lo que ocurre después de la muerte porque la muerte es un misterio; “esto se llama en maya el uai, el cambio de un estado a otro”.

“Justamente es un momento de transición porque el maya no creía que las cosas terminaban en esa naturaleza sino que el alma se iba a otra estela”. Ante esto ellos creían que el cuerpo humano estaba hecho de cuerpo visible, y que adentro había un elemento llamado Espíritu, elemento inmaterial y otro, que es animal; pero un segundo cuerpo espiritual aparece como el protagonista de nuestras celebraciones: el Pixán.

El espíritu, y el pixán son cuerpos metidos en la carne con sus diferencias. “El espírtu anhela las cosas superiores, la perfección, la armonía y equilibrio, pero el Pixán es el que guarda los sentimientos, las pasiones, las emociones, las envidias, los gustos, los placeres.

La entidad Pixán está encubierta en nosotros por eso los mayas celebraban el Hanal Pixán, en estas misteriosas fechas, es decir, el Hanal Pixán es la “comida para el que está encubierto”.

“Es el alma la que finalmente anhela regresar porque le gusta el placer, no así el espíritu que busca cosas superiores. El alma es quien gusta las cosas de la tierra”, por eso, usted y yo celebramos en lo terreno esas almas que de alguna forma, vuelven intangibles con el viento, desde lo profundo de nuestros corazones.

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