Credit: Jorge Bernal/AFP.

Patrimonio Inmaterial de la Humanidad desde 2017, la Alasita, que en lengua aymara significa "cómprame", es una fiesta que venera al Ekeko, la deidad indígena de la abundancia.
En esta feria, que inició el 24 de enero y se extiende por tres semanas, se venden casas, vehículos, dinero y demás bienes, pero en miniatura.
Según reza la tradición, los compradores obtendrán esas mismas propiedades en tamaño real. La feria también se organiza en Argentina, donde viven unos 340 mil bolivianos.
Julio Mamani calcula que para su primera fiesta de la Alasita construyó 120 camiones miniatura. Cada pieza se vende entre 10 y 30 dólares.
David Luján, que completó la mitad de la condena de 12 años que recibió por un delito que mantiene en reserva, trabaja en San Pedro. A diferencia de otros presos, consiguió un lugar en el propio taller de la prisión donde fabrica réplicas de motocicletas en madera principalmente.

En un penal de La Paz, al final de un pasillo estrecho, Julio moldea el chasis de un camión miniatura que espera que su esposa pueda vender en La Alasita, la mayor feria artesanal de Bolivia y opción para miles de presos de aliviar la precariedad del encierro.

De 59 años, Julio Mamani golpetea las láminas de hierro en su celda taller, que también hace las veces de cocina y donde pasa sus días juntos a otros tres detenidos.

“Nos levantamos desde las siete y empezamos a trabajar hasta las 12, (…) descansamos, (luego) otra vuelta. Trabajamos hasta amanecida”, comenta Mamani a la AFP.

Los cuatro terminaron en San Pedro, el segundo centro penitenciario más sobrepoblado de Bolivia después de Palmasola, en la ciudad de Santa Cruz. Construido en los años noventa para 400 internos, San Pedro alberga hoy a unos 3 mil 800.

Mamani, que evita hablar de las causas judiciales que lo llevaron a prisión, lleva un año sin ser llamado a juicio, pese a que la ley determina un máximo de seis meses de prisión preventiva.

Solo un 34% de los 24 mil 824 presos en Bolivia han sido condenados, según la Defensoría del Pueblo, que estima que el hacinamiento carcelario alcanza el 168%.

De piel cobriza y padre de cuatro hijos, Mamani sonríe pese al limbo jurídico. Aprendió a construir autos miniatura para la Alasita o fiesta de los deseos en Bolivia, a partir de latas de leche y planchas de calamina que sus familiares logran ingresar tras superar los controles.

Cada año, el sistema penitenciario le da oportunidad a miles de presos de vender sus artesanías en las afueras del penal, a través de sus esposas. Estos productos “son elaborados con mucha fe también. Me siento feliz (de) que nuestros productos salgan afuera”, señala Mamani.

AFP

Credit: Jorge Bernal/AFP.

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