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Larga y ordenada despedida a la reina Isabel II

El último y largo adiós a la reina Isabel II arrancó. Miles de personas esperan horas, e incluso días, para despedir a su monarca, ya sea para desfilar frente a su féretro en la capilla ardiente, de aquí hasta el lunes, o a su paso por calles de Londres.

Emoción contenida o llanto abierto, pero sobre todo «respeto» por quien fuera su reina durante 70 años. Los británicos continúan los homenajes hasta el próximo lunes.

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Algunos habían dormido hasta dos noches en la calle, pese al frío y la lluvia, como Anne Daley, de 65 años, segunda de una larga cola. «Renuncié a dos noches de comodidad por alguien que dio 70 años de compromiso infatigable al mundo, no es nada», dijo a la prensa.

Tras la larga espera, pasaron apenas unos segundos frente al féretro de la reina, cubierto por el estandarte real y la corona imperial, en Westminster Hall, la parte más antigua del Parlamento británico.

Desfilaron a ambos lados del alto catafalco púrpura, situado sobre un zócalo de cuatro peldaños y protegido por guardas en uniforme de gala, al que no podían acercarse. Algunos hacían una reverencia, otros lanzaban un beso.

«En el interior, todo era muy tranquilo y muy emotivo. Mucha gente lloraba, pero había un silencio total. Fue tan respetuoso…», comentó Sue Harvey, contable de 50 años que se tomó el día libre y viajó en tren desde el sur de Inglaterra, tras salir de la sala.

«Ahora me siento mejor», aseguraba, mientras Nina Kaistoffioson, una artista de 40 años, que salía junto a ella y afirmaba «sentirse en paz» después de haberse despedido de la reina. «En este lugar, no puedes escapar de la magnitud de quien era», afirmaba, reconociendo haberse «emocionado mucho».

Más de 100 dignatarios extranjeros y otras personalidades asistirán el lunes al «funeral del siglo», entre ellos, el presidente estadounidense Joe Biden, el rey Felipe VI de España y su padre el rey emérito Juan Carlos I.

La corona

La corona imperial británica, colocada sobre el féretro de Isabel II durante la procesión que el miércoles la llevó del palacio de Buckingham hasta Westminster, es una de las piezas de orfebrería cubiertas de piedras preciosas más famosas del mundo y un símbolo del poder real.

Montada sobre un marco en oro y ornada en su interior con un birrete de terciopelo púrpura, la corona imperial está decorada con 2.868 diamants y numerosas piedras preciosas, incluidos 17 zafiros, 11 esmeraldas y 269 perlas.

Símbolo de la monarquía y del poder divino del soberano, es llevada por el monarca a su salida de la Abadía de Westminster justo después de su coronación. Sin embargo, es la corona de San Eduardo, dos veces más pesada, hasta 2 kg, la que el arzobispo de Canterbury coloca sobre la cabeza del soberano durante la ceremonia de coronación en el interior de la abadía.

Fabricada en 1937 por el joyero de la corona Garrad & Co para el rey Jorge VI, retoma el modelo de la que llevaba la reina Victoria, creada en 1838, con una base en pelo de armiño.

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